jueves, 21 de febrero de 2013
miércoles, 12 de diciembre de 2012
A casi un mes de empezar un viaje por el viejo mundo, comienzo este blog. Una manera de comunicarme con las personas que quedan en el nuevo mundo. Una forma de expresión, no muy íntima, pero tampoco tan pública (no creo que mucha gente lea este blog). Un espacio de canalización de todos los sentimientos que afloran al borde del abismo, antes de saltar el gran charco. Ansiedad, miedo, demasiada alegría.
Ayer empecé con algunos preparativos: elegir pasaje de avión y combinación en tren. Nunca pensé que conocería el viejo continente. Esas ciudades viejas pero perfectas que muestran las películas, esos trenes veloces que atraviesan centros urbanos y campiñas, limpios, ordenados, muy primer mundo. Y que no descarrilan, ni provocan accidentes masivos. Al menos es lo que parece desde acá.
Empecé hace unos días a despedirme internamente de todo cuanto hay acá. Mi novio, mis grupos, amigos, la facultad. Mi alma partió vuelo ya, aunque mi cuerpo siga anclado al sur, no sin el vértigo primero. Como al nene que largan a la pileta sin saber todavía nadar. Primero siente que se ahoga, se desespera, no sabe nadar, ¿qué hacer? Se angustia, sabe que va a morir ahogado, no sabe cómo flotar, patalea, hace fuerza con los brazos, traga litros de agua, hasta que en un punto se relaja y se da cuenta que está flotando, que no está hundido en el fondo. Eso es para mí irme por tanto tiempo, ¿podré lograrlo, si nunca me fui sola más que al supermercado y nunca estuve fuera de mi país más que por un mes?
Nadie me obliga, es cierto. Y puede parecer un padecimiento. Aclaro: no lo es. No es un sufrimiento. Yo lo elegí, me salió esta oportunidad y decidí, literalmente, agarrar viaje. Pero no todo es tan sencillo como blanco o negro, bueno o malo, lindo o feo. Profundamente feliz por mi partida, por vivir una nueva experiencia que pensé solo en sueños (nunca creí que se me daría una oportunidad así), el miedo siempre está. No es tanto, es cierto.
Pero bueno, si este es un espacio de expresión, vamos a expresar lo que me pasa. Esa mezcla de muchas cosas. Ese espacio gris, más cerca, mucho más cerca del blanco que del negro. Esa pileta esperando que flote y que llegue a la otra orilla, ese espacio aéreo donde vuelo (y llego) cerca de donde vienen las cigüeñas. Aviones y trenes, una gran valija (muy grande: entra una persona contorsionada), mis patines, la guitarra de mi hermano para aprender a tocar en mis ratos de soledad, mis cien mil apuntes, ¿ropa? no sé cuánta ni qué llevar. Yo y mis cien bártulos de Buenos Aires a París, previa escala en Londres, para después tomarme un tren de vuelta de París a Londres y de ahí a Leeds. Voy para volver, es más barato París, y más barato con escalas, es raro e ilógico. No me molesta, viajo en tren, en esos trenes muy primer mundo, voy a ver franceses, su cultura digna de admiración de porteños durtante nuestro más de 200 años de historia. Voy a recorrer París-Londres en tren, hacer trasbordo ahí en otro tren muy primer mundo también, a Leeds, donde estaré un año.
No es como irme de mochilera por mi querida América Latina, a quien todavía no terminé de conocer. Voy al primer mundo. Tengo que conservar más glamour. No puedo llevarme poca ropa vieja enrollada en una mochila, ni hablar en mi natural español con orgulloso acento rioplatense. Inglés mal pronunciado, un francés que no sé. Un mundo en euros y libras, 6 a 1, 7 a 1. De gente bien vestida, con perfume francés y, de nuevo, trenes primer mundo. La crisis ya nos igualará. O nos hará pelota a las dos partes por igual. Eso es un poco lo que voy a buscar, a investigar. Cómo allá y acá hacemos frente a los estragos que deja este injusto sistema que rige nuestras economías, países y formas de vida de manera tan desigual.
28 años, una licenciatura en Ciencia Política, una maestría con tesis entregada en periodismo, otra en curso, un contrato con una universidad nacional donde no me pagan, y otro con otra que me lleva de viaje para investigar.
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